Diálogo interno
Nuestros pensamientos son, casi todo el tiempo, discursos. A través del lenguaje no sólo nos explicamos la realidad, también la generamos. Este run-run continuado nos acompaña todo el día, aunque no seamos conscientes la mayoría del día. Es importante, no importantísimo, escucharse, porque a veces nos decimos cada cosa...
¿Cómo te hablas?
No te conozco pero a ver si acierto:
Te levantas. Vas al baño, y mientras te lavas la cara te ves en el espejo. ¡Vaya ojeras! (o pelos, o grano, o arrugas) piensas. Es un pensamiento rápido, apenas accesible, en el que casi no reparas. El momento pasa, y sigues a tus cosas. ¿Crees que no te afecta? ¿Cuántos pensamientos así tienes a lo largo del día/semana/mes? ¿Cuántas lindezas eres capaz de soportar?
El primer paso: escucharte.
No escucharnos es la forma aprendida por nuestro cerebro para poder funcionar con eficacia. Si atendiésemos a cada cosa que pensamos no haríamos otra cosa. El problema es, que en muchas ocasiones, esos pensamientos generan una emoción, que, alimentada con más y más pensamientos del mismo tipo pueden llegar a afectarnos. Detectar esos ataques y saber manejarlos impide que nos genere un conflicto a nivel emocional.
Trátate como tratas al resto
Seguro que cuando llegas al trabajo y ves a tu colega no te fijas en su grano, o en sus arrugas. Eres un ser bueno con el resto de personas, ¿por qué no contigo? Una buena tarea que podemos realizar es contarnos una historia que nos perturbe en tercera persona. Imagina que te la cuenta una amiga.
Por ejemplo:
No dejas de castigarte porque rozaste el coche de tu pareja.
Ese hecho cargado de culpa, de no tendría que haberlo cogido, tendría que haber mirado, qué torpe soy, no valgo para esto, mira que me dijo... Cuéntatelo como si fueses tu amiga. Mejor si incluso imaginas quién y su forma de contarlo. ¿Qué le dirías? ¿Qué consejos darías? ¿Crees que es tan importante? ¿La perdonarías? Seguro que si... ¿Por qué, entonces, a ti no?
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