Tú, como tú que eres, percibes el mundo girando a tu alrededor. Todo tiene que ver contigo. ¡Más que el ombligo eres el cerebro del mundo! Es un pensamiento lógico desde nuestra perspectiva limitada de la vida. De ahí que si pasas por un grupo de adolescentes y se ríen crees que es de ti, si te has emborrachado de más en una fiesta, piensas que al día siguiente todo el mundo estará hablando de eso, sin ti tu empresa se caería a trozos, las navidades no podrían celebrarse, tu familia dejaría de comer... etc, etc, etc...
Piensa, en cambio, que toooooda la gente hacemos lo mismo. Haz la prueba. Enseña una foto (mala) de grupo a ese mismo grupo durante algunos segundos. Después pregunta un detalle ajeno a las personas, qué había encima de la mesa, o quién pasaba por detrás... Nadie lo sabrá... estaban centrando su atención en su propia persona, en cómo habían salido, en lo mal que tenían el pelo.
Esta forma de percepción subjetiva es normal. Para ti tú eres lo más importante. Pero para el mundo en general... eres una mierda. Y aunque en principio choque o te revuelvas ante esta evidencia, déjame decirte que es una realidad liberadora. Sé es mucho más feliz siendo un mojón.
Ser una mierda es bueno
Justo el momento en el que eres consciente que podrías morirte hoy mismo y el mundo seguiría girando te da un poco la bajona. Normal. El sentido de trascendencia es inherente al ser humano. Pero la realidad es que nadie es imprescindible. NADIE. Y es que pensar lo contrario, no cambia la realidad, sino que llena nuestra vida de responsabilidades y culpabilidades que no tienen demasiado sentido... Personalizamos hasta el extremo cualquier acontecimiento por ajeno que nos sea. ¿O es que no has pensado alguna vez que sólo basta que laves el coche para que llueva? Claro, las borrascas acechando en el Atlántico esperando el momento en el que TÚ salgas del túnel de lavado... Toneladas de agua suspendidas en el aire esquivando masas de aire frío hasta que termines de lavar los cristales... Demasiada responsabilidad, ¿no?
El día que te liberas de todo eso, que no tienes que ser el alma de la fiesta para que todo funcione, todo se vuelve más liviano, los hombros se relajan y empiezas a disfrutar de las cosas sin remordimientos. Es muy difícil reestructurar todos estos pensamientos, aunque yo aquí lo esté expresando con cierta ironía, porque por un lado hay que despojarse de los múltiples esquemas aprendidos y por otro, aceptar la certeza de nuestra intrascendencia, pero, de verdad, que merece la pena.
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