Me responsabilizo de mis palabras y mis intenciones al decirlas, no de lo que tú quieras entender.
Me responsabilizo de mis acciones acertadas y de mis errores. Y del derecho a subsanarlos si lo considero oportuno.
Soy la responsable de mis emociones y no culpo al mundo de las mismas. De la misma forma, devuelvo a la gente que me rodea el control sobre las suyas. No dependen de mí y por lo tanto me libero de la culpa.
Me responsabilizo de las cosas que hago por las demás. No espero lo mismo, no es un quid pro quo. Así me siento más libre para decir que no. También para entender cuando me dicen que no.
Elijo la gente que quiero tener cerca y sólo yo soy responsable si me dañan y no me alejo. Elijo quererme y cuidarme, sólo así las personas de mi alrededor lo harán.
Soy la única responsable de mis ideas y mis propias expectativas. Lo que el resto espera de mí es suyo, no mío, y por lo tanto se lo devuelvo.
Me responsabilizo de mi propio futuro, del trabajo que hago para conseguir lo que quiero. No voy a dejar en otras manos las decisiones que tomo. No quiero que sean los otros los culpables de mis fracasos, porque también lo serían de mis logros. Me responsabilizo de mi propia felicidad. Y de seguir buscándola.
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